Cappellano

La historia de la bodega Cappellano comienza con mi tatarabuelo, el notario Filippo Cappellano, un rico terrateniente apasionado por el vino, que fundó la bodega a la edad de 48 años, fusionando en la finca nada menos que 150 giornate piamontesas (correspondientes a unas 60 hectáreas) de tierra cultivable. A su muerte, su hijo Giovanni, enólogo, continuó al frente de la empresa, reestructurando la bodega y construyendo dos instalaciones hoteleras en Alba y Serralunga, dotadas de los mejores servicios para atender al turismo ligur-piamontés. En Serralunga ideó la famosa "cura de la uva", estableciendo un servicio de carruajes para conectar con la estación de ferrocarril de Alba. Mi abuelo, Francesco Augusto Cappellano, también enólogo, continuó por la senda trazada por sus antepasados, dejando el testigo a su hijo Teobaldo, mi padre, a finales de los años sesenta. Tras una infancia pasada en Eritrea, Teobaldo tomó el timón de la empresa, cambiándola por completo: dimensiones mucho más reducidas y máxima atención a la calidad, según unas directrices muy precisas. Por un lado, una atención sin precedentes al territorio, hecha de arraigo y compromiso. La Langhe de aquellos años, lejos de su reconocimiento actual, era una tierra difícil que Teobaldo se empeñó en promover y defender mediante una participación activa e incansable en el Consorcio de Barolo y Barbaresco y como presidente de la Enoteca Regionale del Barolo. Al mismo tiempo, la reciente fama y las dificultades económicas de los viticultores hacían demasiado tentadoras las incursiones de un enfoque industrial de la viticultura. Teobaldo fue de los primeros en afirmar la necesidad de replantearse la producción, redescubriendo la armonía con las raíces del trabajo campesino y asumiendo la responsabilidad de la protección del medio ambiente. La Bodega Cappellano es lo que es hoy gracias a mis antepasados, a mi padre. Pero también gracias a mis amigos viticultores que estuvieron a mi lado y me apoyaron cuando perdí a mi padre; a mi madre que siempre ha sido y sigue siendo un pilar de la empresa; a cada uno de mis colaboradores que, algunos desde el principio y otros más recientemente, creen y aman la filosofía que anima la bodega Cappellano. Y hoy, mientras sigo utilizando las mismas herramientas que mi tío abuelo usaba para moler la droga, puedo decir que me siento orgulloso de tener en mis manos la síntesis de siglo y medio de historia de mi familia.

La historia de la bodega Cappellano comienza con mi tatarabuelo, el notario Filippo Cappellano, un rico terrateniente apasionado por el vino, que fundó la bodega a la edad de 48 años, fusionando en la finca nada menos que 150 giornate piamontesas (correspondientes a unas 60 hectáreas) de tierra cultivable. A su muerte, su hijo Giovanni, enólogo, continuó al frente de la empresa, reestructurando la bodega y construyendo dos instalaciones hoteleras en Alba y Serralunga, dotadas de los mejores servicios para atender al turismo ligur-piamontés. En Serralunga ideó la famosa "cura de la uva", estableciendo un servicio de carruajes para conectar con la estación de ferrocarril de Alba. Mi abuelo, Francesco Augusto Cappellano, también enólogo, continuó por la senda trazada por sus antepasados, dejando el testigo a su hijo Teobaldo, mi padre, a finales de los años sesenta. Tras una infancia pasada en Eritrea, Teobaldo tomó el timón de la empresa, cambiándola por completo: dimensiones mucho más reducidas y máxima atención a la calidad, según unas directrices muy precisas. Por un lado, una atención sin precedentes al territorio, hecha de arraigo y compromiso. La Langhe de aquellos años, lejos de su reconocimiento actual, era una tierra difícil que Teobaldo se empeñó en promover y defender mediante una participación activa e incansable en el Consorcio de Barolo y Barbaresco y como presidente de la Enoteca Regionale del Barolo. Al mismo tiempo, la reciente fama y las dificultades económicas de los viticultores hacían demasiado tentadoras las incursiones de un enfoque industrial de la viticultura. Teobaldo fue de los primeros en afirmar la necesidad de replantearse la producción, redescubriendo la armonía con las raíces del trabajo campesino y asumiendo la responsabilidad de la protección del medio ambiente. La Bodega Cappellano es lo que es hoy gracias a mis antepasados, a mi padre. Pero también gracias a mis amigos viticultores que estuvieron a mi lado y me apoyaron cuando perdí a mi padre; a mi madre que siempre ha sido y sigue siendo un pilar de la empresa; a cada uno de mis colaboradores que, algunos desde el principio y otros más recientemente, creen y aman la filosofía que anima la bodega Cappellano. Y hoy, mientras sigo utilizando las mismas herramientas que mi tío abuelo usaba para moler la droga, puedo decir que me siento orgulloso de tener en mis manos la síntesis de siglo y medio de historia de mi familia.

Mostrar más Mostrar menos