Arianna Occhipinti

Todo empezó hace dieciséis años en Fossa di Lupo. Un lugar mágico donde la tierra, que al atardecer se tiñe de rojo y es peinada por el viento de los montes Iblei, se apoya en una carretera a un lado: la SP68. Una carretera estatal como muchas otras, pero con una historia especial. Antaño era de piedra, estrecha y poco más que un sendero; hace tres mil años unía Gela con Kamarina, discurría -como hoy- por los caminos de Cerasuolo di Vittoria y desde Caltagirone continuaba hasta Catania y Lentini. Allí, apretada entre el cielo y la tierra, la línea de esa carretera marcó también mi destino. A la primera hectárea de tierra junto a mi palmento, en Fossa di Lupo, siguieron otras. La explotación se ha extendido también a los barrios de Bombolieri, Bastonaca y Pettineo. Sin embargo, sigue siendo igual que el primer año. Bombolieri también se encuentra en la SP68. Aquí, el viñedo se extiende en barrido y en picado sobre la base calcárea de la contrada, las cepas tienen más de veinte años y el patio al que dan las bodegas consigue atrapar toda la energía solar del Iblei. Nunca como en este nuevo lugar de aterrizaje tengo la sensación de haber recorrido un camino coherente. Nunca como en Bombolieri siento que llevo conmigo pasado y futuro al mismo tiempo. Era el camino vinícola más antiguo del que se tiene constancia. Por esa carretera generaciones y generaciones de agricultores se habían puesto en camino para llevar su vino a la costa.