Cantina Settecani

La Cantina Settecani se fundó en 1923, en la aldea homónima de Castelvetro di Modena. Aquí, un grupo de 48 viticultores unió sus fuerzas para crear lo que hoy es una de las cooperativas de viticultores con más historia de la región de Emilia. 100 años después, nuestra Cantina reúne a 150 socios: una auténtica familia de familias que trabaja 400 hectáreas de viñedos y cosecha unos 50.000 quintales de uva al año: una producción que representa de la mejor manera posible la tradición vinícola de Emilia, desde el Lambrusco, ante todo Grasparossa, hasta el Pignoletto y el Trebbiano. El nombre de nuestra Cantina deriva de la localidad de Settecani, una aldea de Castelvetro di Modena, el corazón de la zona de producción del Lambrusco Grasparossa. El topónimo se remonta al siglo XII y una leyenda cuenta sus orígenes. Se dice que un día siete hombres que trabajaban se soltaron en exclamaciones blasfemas ante el paso de una procesión religiosa. El castigo divino por este comportamiento fue que se convirtieron en perros. Como recuerdo de esta leyenda, en la antigua fachada de la bodega están esculpidos los hocicos de siete pequeños perros.

La Cantina Settecani se fundó en 1923, en la aldea homónima de Castelvetro di Modena. Aquí, un grupo de 48 viticultores unió sus fuerzas para crear lo que hoy es una de las cooperativas de viticultores con más historia de la región de Emilia. 100 años después, nuestra Cantina reúne a 150 socios: una auténtica familia de familias que trabaja 400 hectáreas de viñedos y cosecha unos 50.000 quintales de uva al año: una producción que representa de la mejor manera posible la tradición vinícola de Emilia, desde el Lambrusco, ante todo Grasparossa, hasta el Pignoletto y el Trebbiano. El nombre de nuestra Cantina deriva de la localidad de Settecani, una aldea de Castelvetro di Modena, el corazón de la zona de producción del Lambrusco Grasparossa. El topónimo se remonta al siglo XII y una leyenda cuenta sus orígenes. Se dice que un día siete hombres que trabajaban se soltaron en exclamaciones blasfemas ante el paso de una procesión religiosa. El castigo divino por este comportamiento fue que se convirtieron en perros. Como recuerdo de esta leyenda, en la antigua fachada de la bodega están esculpidos los hocicos de siete pequeños perros.

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