Los protagonistas de este proyecto somos tres: la narradora, Giulia Monteleone, mi padre Enrico, y mi socio Benedetto Alessandro, enólogo de profesión. Nuestras trayectorias vitales han sido muy diferentes, pero nos han llevado, entre vericuetos dignos de un guión de Hollywood, a encontrarnos y elegir juntos embarcarnos en esa gran y compleja aventura que es hacer vino. La nuestra, de hecho, no es una empresa familiar, sino más simplemente una familia: el cuidado de la viña y la elaboración del vino han entrado con tanta fuerza en nuestras vidas que ya no somos capaces de trazar una línea divisoria entre vida y trabajo. Nuestro proyecto, de vino y vida, tomó forma en julio de 2017 cuando, tras una larga búsqueda, identificamos dos hectáreas de viñedo viejo a pocos pasos del río Alcántara. Estamos a los pies del Etna, a poco menos de quinientos metros sobre el nivel del mar y a menos de cincuenta pasos de la antigua Cuba de Santa Domenica, una joya bizantina de rara e intacta belleza. Cuando llegamos aquí, en un tórrido día de verano, un viento cálido barrió, en unos instantes, nuestras dudas y perplejidades: éste era el locus amenus que buscábamos, el lugar adecuado para elaborar nuestro vino. En los años siguientes nos dedicamos a ampliar la bodega con nuevos viñedos cuyo fruto sería la matriz de nuevos vinos. La nuestra es una historia en construcción, en la que lo mejor es que lo más está aún por llegar.
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