Con la fundación de Rímini en 268 a.C., los romanos iniciaron su ocupación del valle del Po. Las tierras circundantes fueron inmediatamente objeto de intensos cultivos, entre los que destacó la vid, criada siguiendo técnicas ya utilizadas por etruscos y galos. Las suaves colinas al sur de la ciudad, caracterizadas por una fuerte vocación vitícola, garantizaban una producción cualificada y abundante, ensalzada por los más grandes historiadores latinos, de Catón a Varrón, de Estrabón a Plinio y Columela.
Uno de estos lugares era Friano -la antigua Ferianus- con sus laderas soleadas, frente al río Marano: un lugar tan agradable que su nombre recuerda la feria, es decir, el período de fiesta y vacaciones. Gracias a la eficacia del puerto de la ciudad, los vinos de las tierras de Rímini fueron objeto de fuertes exportaciones, sobre todo a Roma, como demuestran todavía los mosaicos de Ostia, encargados por los armadores marítimos. Y la continuación de este comercio está documentada ya en los siglos de la tardorromanidad. Esta larga tradición no se interrumpió ni siquiera en tiempos de crisis: de hecho, la viticultura local está ampliamente atestiguada desde la más temprana Edad Media, desarrollándose y perfeccionándose gradualmente, logrando superar incluso las fases más difíciles. Una tradición que hoy revive en los magníficos viñedos de Friano, donde la calidad de las cepas y la racionalidad de las técnicas se combinan con la buena fortuna del suelo y la belleza del paisaje.