Una familia vinculada al territorio desde finales de los años 50, cuando el padre de Bruno Rocca, Francesco, con su esposa Maria Adelaide, se trasladaron del centro de Barberesco a la zona de Rabajà, donde compraron una parte del viñedo. Así comenzó el crecimiento de la empresa y el abandono de la aparcería. Bruno, que aún no era mayor de edad, aprendió a reconocer en las uvas la verdadera expresión de la tierra y, tras unas primeras décadas en las que el producto del viñedo se vendía casi íntegramente a los productores de Barbaresco y se vinificaba en una pequeña parte, en 1978 decidió dar un giro a la empresa.
El entusiasmo que se creó por el auge del mercado del vino hizo que la bodega Rabajà de Bruno Rocca tomara también protagonismo y, con la venta de vino embotellado, se creara un nombre y una imagen en el panorama italiano e internacional. La filosofía del vino como expresión natural del terruño de Barbaresco fue apreciada y el crecimiento gradual llevó a la compra de nuevas parcelas y a la ampliación de la bodega, hasta nuestros días.