Ser de Langhe significa tener una relación indisoluble con la tierra, la vid y el vino, por lo que era natural remontar nuestras raíces en la viticultura a principios del siglo XX con la compra de viñas y tierras. Una pasión, un trabajo que de generación en generación ha llegado a mis manos, con la esperanza de poder conservarlo y mejorarlo en el pleno respeto de la naturaleza.
Mimar las viñas con gestos y atención, complicidad y transporte, es una necesidad que implica a toda mi familia para devolver el carácter de nuestra tierra a Barbera, Barolo, Dolcetto y Nebbiolo, que son el fruto espontáneo de nuestras acciones y de nuestra inclinación instintiva. Mi acento piamontés, el acento español de mi mujer, el acento macedonio de los chicos, el cacareo de mis hijos, se mezclan y lanzan al cielo con ímpetu y esperanza en cada vendimia, acogidos por los árboles y rendidos a quienes quieran conocernos.
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