Salon se fundó en 1905 por el capricho de un comerciante de pieles, Eugène-Aimé Salon, que compró una hectárea en Le Mesnil-sur-Orger, en la Côte des Blancs. Murió en 1943, un año antes del desembarco de Normandía. Entre los partisanos que ayudan a los Aliados se encuentra Bernard de Nonancourt, que más tarde se une al abate Pierre y al general Leclerc. Bernard entra en el Nido del Águila, la residencia alpina de Hitler, en los Alpes bávaros, en Berchtesgaden. Llega allí atravesando la montaña 139 metros en un ascensor cubierto de mármol de Carrara, traído por Mussolini, junto con una chimenea roja. Y descubre, junto a muchos tesoros robados a Francia, 500.000 botellas. Burdeos, Borgoña, Champaña: la bodega privada de Hitler. Hay un lote de 1928, robado por los nazis. Bernard lo prueba y jura que la Maison Salon será suya algún día. Cuarenta y tres años más tarde, en 1988, lo consigue. El antiguo partisano que se hizo famoso con la empresa familiar, Laurent Perrier, se convierte así en el guardián de la ortodoxia de la etiqueta más elitista del champán. Salon es tan evocador del entrelazamiento de la historia y la sociedad (cuando oye el nombre de McInerney piensa en "George Sand entreteniendo a Flaubert y Turgueniev, o Gertrude Stein acogiendo a Picasso y Hemingway") que es inevitable asociarlo a las grandes ocasiones. Como la subasta Pandolfini de estos últimos días en el Centro Suizo (99% de los lotes vendidos, 420.000 euros recaudados). Para convencer a los coleccionistas dispuestos a gastarse hasta 6.930 euros por una botella de 1971, estaba Didier Depond, el presidente, con un guiño al batidor. Con Ceretto anunciando a Giacolino Gillardi, Paolo Baracchino y el embajador del champán Andrea Gori. Y, sobre todo, hubo sorbos de Salon 1983, 1987, 2002 (y también de Delamotte 1970 y 1999, bodega hermana, idéntico territorio, guía y propietario, Laurent Perrier).