Montalcino se encuentra en la Vía Francígena, una carretera que atraviesa importantes ciudades toscanas en su camino hacia Roma. En la Edad Media, gracias a la destrucción de muchas calzadas romanas, la Vía Francigena se convirtió en una ruta clave hacia Roma, un camino que inevitablemente eligieron emperadores, reyes, papas y muchos otros personajes notables. ¿Un ejemplo por encima de todos? Carlomagno, que se alojó en las tabernas de nuestro pueblo, recorrió nuestras calles empedradas y bebió nuestro vino. En aquella época aún no se hablaba de Brunello, sino de Moscadello, un vino que poco a poco, y a partir de la segunda mitad del siglo XVII, fue sustituido por el Sangiovese, más puro y añejo: el Brunello. Fue precisamente en aquellos años cuando el mundo empezó a conocer el Brunello: algunos textos históricos recogen datos de mediados del siglo XVI que hablan de importaciones a tierras inglesas de nuestro preciado vino, destinado, sin embargo, sólo a la mesa real.
De ahí un crecimiento de la notoriedad que en el transcurso de un par de siglos llevó a la ciudad de Montalcino a ser una de las más pobladas del sur de la Toscana, después de Siena y Arezzo, y el Brunello di Montalcino se convirtió así en el símbolo de este territorio vitivinícola. Fue en 1980 cuando el Brunello recibió la insignia de la primera DOCG de Italia. El ascenso de Brunello hacia el éxito mundial estaba en su apogeo. Pero no sólo de Brunello vive Montalcino: en 1984 nació Rosso di Montalcino, una DOC verdaderamente innovadora. Hoy, Montalcino cuenta con más de 250 bodegas para una venta total de 15 millones de botellas al año en todo el mundo. Cifras asombrosas para un vino de excelencia.
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