Casole pertenece a la familia Grassi desde 1600. Los Grassi eran viticultores, pero también herreros: poseían un taller situado en el antiguo pueblo, con vistas a las granjas, que flanqueó la actividad agrícola durante muchos años. De ahí procede el nombre de esta localidad y de la finca. Olinto, bisabuelo de Susanna, había dedicado su vida a esta finca: era un hombre moderno y previsor, y en los años veinte empezó a vender vino embotellado, algo poco común en aquella época. De Olinto, la propiedad pasó a Roberto: director de banco, quería mucho este lugar y lo cuidaba con manía. Decidió vender las uvas, en lugar del vino: una elección ciertamente rentable, pero que frustró los esfuerzos comerciales de su padre. En los años sesenta le llegó el turno a Giuliano, el padre de Susanna. Giuliano era un joven y brillante ingeniero, con una prometedora carrera en el campo de la energía: decidió dejar el extranjero, donde vivía, para volver a casa y ocuparse de la finca, pero las dificultades de aquellos años le llevaron más tarde a ceder la propiedad a la administración. Tras unos años de abandono de la finca, en 2000 Susanna creó la empresa I Fabbri. El regreso a la antigua propiedad, tan vacía pero todavía de una belleza asombrosa, reavivó en Susanna el deseo de recuperar aquellos valores y el amor por la tierra que siempre habían acompañado a su familia. Con el deseo de producir vinos típicos y de calidad, embotellados con su propia marca, I Fabbri ha encontrado así un nuevo aliento y una nueva dirección "rosa". Aunque la viticultura sigue siendo en muchos aspectos un mundo predominantemente masculino, las mujeres productoras -en la Toscana y en todo el mundo- han demostrado tener una sensibilidad especial, una intuición ingenua, una orientación hacia la elegancia y la amabilidad. Éste es también el caso de I Fabbri.
Información sobre I Fabbri