La ciudad de Mendoza, en Argentina, no sólo es un destino popular para turistas de todo el mundo por sus hermosos paisajes, su cercanía a la Cordillera de los Andes y el aspecto ordenado de la ciudad, sin mencionar el ambiente relajante que allí se respira, sino que también es un lugar destacado para los amantes del vino. De hecho, es uno de los principales sitios de producción vitivinícola, representado por extensiones de viñedos, entre los que se destaca la variedad Malbec. Ya desde los primeros asentamientos españoles, se descubrió el inesperado potencial de esta tierra, aparentemente inculta y desértica pero muy fértil. El cultivo de la vid se extendió y perfeccionó en el siglo XX, de nuevo gracias a la mano europea, que construyó viñedos sobre viñedos, numerosas bodegas (las llamadas Bodegas) y contribuyó a hacer de Mendoza una de las capitales mundiales del vino.
La maduración de la uva se debe a la morfología de la zona y a su clima. Las vides que crecen en Mendoza se benefician de una fusión de condiciones climáticas importantes para el correcto crecimiento de plantas y frutos. La cercanía al desierto permite que las vides reciban sol, calor, sean azotadas por muy poca lluvia y sobrevivan en un clima seco que desalienta los brotes de enfermedades. Sin embargo, reciben toda el agua que necesitan y la cantidad justa de temperaturas frescas procedentes de la altitud de unos2.000 metros y del deshielo de los hielos. De esta mezcla de influencias surgen diferentes variedades de vino. El Cabernet es un ejemplo, un tinto especiado, pero también el Tempranillo, un tinto ligero, el Bonarda y el Merlot, ambos afrutados y de sabores intensos.
El principal vino de Mendoza, sin embargo, es el Malbec, particularmente popular en este clima y muy apreciado. Es un viñedo difícil de cultivar y de tonos que tienden a ser superados por las intensidades de otros vinos internacionales, pero en Argentina, en Mendoza en particular, tiene un sabor pesado, aromático, intenso y perfecto para la caza.