A finales del siglo XIX, Antonio Troisi, emigrado a América, era el propietario de una de las empresas de importación de vino italiano más importantes de Estados Unidos y garantizaba personalmente la calidad del vino que había seleccionado de las mejores zonas de producción de Italia. Tras la prematura muerte de Antonio, fue su esposa, Elisa Longo, quien gestionó los viñedos de las colinas de Montefredane, ayudada por sus hijos Antonio, Vittoria, Franca y Giuseppina. Fue el propio Antonio Troisi quien, tras décadas de vinificación, produjo la primera botella de Fiano di Avellino en 1984.
A principios de los años noventa, continuando con el proceso de valorización de la tipicidad varietal de las uvas y los vinos, vinculada al territorio, Antonio y Raffaele identificaron la cola de zorro, particularmente extendida en la provincia de Avellino, ya no como uva de mezcla, como preveía el reglamento de producción del Greco di Tufo, sino como uva de la que obtener un vino con indicación geográfica típica digno de tener su propia botella y etiqueta.
Hoy, tras la prematura muerte de Antonio, su hijo Raffaele, sigue con la misma pasión y rigor, las reglas y principios aprendidos de su padre y abuela en la gestión de los viñedos y la producción de los vinos.
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