Carlo Ferrini siempre tiene las manos ocupadas: como gran enólogo, como asesor en brillantes bodegas de toda la bota y, desde 2004, también como productor de vino. Su carrera, plagada de éxitos, comenzó en los años ochenta como director técnico del Consorzio del Gallo Nero, donde inició un diálogo íntimo con la Sangiovese que nunca ha interrumpido desde entonces. Tras diez años, llegó el momento de emprender el vuelo como viticultor, empezando en Montalcino, donde se ganó el favor de los críticos de todo el mundo, y recorriendo después todos los rincones significativos de la Italia vinícola. Mientras contribuye a mantener el mito de las perlas de la enología italiana como los vinos de Castello del Terriccio en la zona de Pisan, los de Tenuta San Leonardo en Trentino o en la soleada Sicilia con Tasca d'Almerita (mencionamos sólo algunos porque la lista es muy larga), madura la idea de "montar" un viñedo, haciendo recaer la elección en Montalcino, donde ha explotado su profesionalidad, para luego extenderse con algunas parcelas a su amado Etna.
Giodo es un sólido proyecto con un total de 5 hectáreas, donde el enólogo-productor puede expresar sus habilidades, esta vez sin filtros, en el lieu-dit de Sant'Angelo, situado en la vertiente sureste de la denominación, a 300 metros de altitud. Aquí cultiva viñas de 10 clones diferentes de Sangiovese, de 12 años de edad, con la copiosa densidad de 6600 cepas/ha; contradiciendo a quienes le acusan de hacer un uso inmoderado de las barricas, sólo vinifica en tonneaux, un tipo de barrica que considera perfecto para mantener el carácter amable de sus vinos. El resultado en la copa es sorprendente, en primer lugar con el Brunello Giodo (que lleva el nombre de su madre Giovanna y de su padre Donatello), y por el excelente producto siciliano, este último elaborado a partir de cepas de 80 años cultivadas a 950 metros de altitud. El único defecto es el escaso número de botellas producidas, lo que hará aún más atractivas estas maravillosas muestras para los coleccionistas.