corte" no es sólo una palabra, sino parte integrante de la historia y del etimónimo de nuestro territorio: Franciacorta. Su significado más fiable parece remontarse a la Edad Media, cuando estas tierras, administradas por monjes benedictinos y cluniacenses, gozaban de exención de impuestos y tasas: era una zona de "curtes francae", o cortes francas. Aura es un nombre con orígenes aún más lejanos: en la mitología griega, es una ninfa, hija de Peribea y Lelanto, con movimientos tan rápidos como el viento. Del griego "alos" (corona), procede el aura con el que el ocultismo define ese campo sutil de radiación luminosa, invisible a la percepción normal, que rodea y anima a todos los seres vivos. El aura es, finalmente, el conjunto de la energía positiva. Como la que anima nuestra pasión. Hemos unido estas dos palabras en un solo nombre como homenaje a nuestra tierra y, juntos, a ese soplo mágico de vida que puede hacer del fruto de nuestro trabajo algo único y superior. Y luego nos hemos dado un símbolo, la tortuga. Un animal plácido, que en su proverbial lentitud encuentra grandes perspectivas y en la espera una longevidad extraordinaria. Tiempo al tiempo, aquí en Franciacorta una herramienta indispensable para preparar cuvées y esperar a que se produzca la evolución. Lentamente. Porque la lentitud con la que damos vida a nuestro vino es el requisito indispensable para que sea agradable y longevo. Añada tras añada. Y cada añada es una buena añada, si el terruño y la bodega se gestionan con mimo y pasión. La historia de Corteaura nace del deseo de crear un Franciacorta que sea un vino de gran calidad. Un producto de excelencia absoluta, cuidado y definido en cada detalle. Sinceramente bueno, simplemente perfecto.
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